José de Arimatea a Pilato pidió,
el cuerpo inerte del crucificado,
Nicodemo, en lienzos y aromas lo envolvió,
y en sepulcro nuevo, fue depositado.
Una inmensa piedra la puerta cubría
soldados armados cuidaban la entrada,
complaciendo gritos de humana jauría,
pensaban alegres tarea terminada.
Al tercer día María Magdalena,
caminó al sepulcro, era la alborada,
¡Sorpresa! La piedra sacada de escena,
los liensos al piso, Jesús ya no estaba.
Aprisa llevó la noticia a Simón Pedro,
corrieron y entraron al Sepulcro Santo,
un sudario aparte, puesto sobre un cedro,
era el que cubria el rostro en quebranto.
María Magdalena, afuera, con llanto sincero,
extrañada, tremulante, dos ángeles vio,
divisó a Jesús, no reconoció de Dios el Cordero
la voz del Divino Maestro, ella escuchó:
¿--Mujer, a quién buscas?--¿ Mujer, por qué lloras?—
María ignorante, no entiende, reclama al hortelano,
Jesús llama: ¡María!, ella alarmada contesta sonora:
¡MAESTRO!, y Él le pide, aún, no usara sus manos.
A los discípulos Jesús se presenta apacible :
--“recibid todos el espíritu santo”---
Tomás el “Didimo”, ausente, reclama increíble,
Quiere ver, no cree en el divino encanto.
---Mira mis manos, pon tus dedos en mi costado—
a Tomás le advierte en segunda intención,
el Santo al hacerlo grita emocionado:
---“Ahora si creo en la “RESURRECCION”.
--¡ Tomás, Porque me has visto creiste!
¡Bienaventurados los que no ven y creen! Amén.
Ramón Norniella Arán
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